domingo, 29 de mayo de 2011

Ok. A petición de una amiga (Casandra). el día de hoy publicaré mi cuento (original) de Romanticismo. Que tuvimos que hacer para una antología. La antología fue a mano y como tarea de vacaciones. No se vale pero bueno; aquí esta el cuento.
Espero les guste...

Rebecca


Quizá en este momento soy yo el único, que vive con éste tormento día y noche. Aun puedo escuchar su voz diciendo mi nombre y recordar su sonrisa que alegraba el día. Me hace tanta falta.  Se me parte el alma, mientras recuerdo el pasado. Tan dichoso fui cuando ella estuvo a mi lado, tan afortunado, todo parecía tener color y ser tan perfecto, con su delicadeza y astucia, ella sabía perfectamente como enfrentar la vida… ¿En cambio yo? Un pobre inútil, que ni siquiera puede seguir adelante. Su recuerdo no se va ni un segundo de mi mente. Guardo en mi memoria como fue que nos conocimos por primera vez. Ella vivía en la casa de enfrente, una vieja fachada con una puerta negra que siempre rechinaba cuando alguien entraba o salía. Mi ventana quedaba justamente en frente de la ventana del cuarto donde ella dormía. Entre ambas casas había un pequeño patio, en el que por las tardes ella y yo, salíamos a jugar. Jamás nos peleamos. Yo era un año mayor que ella; cuando cumplí diez años, ella estuvo ahí, siempre acompañándome en todo momento. Cuando algo iba mal, ella nunca dudaba en apoyarme, su amistad la valoraba demasiado, y creo que ella también me apreciaba como amigo. Nuestra amistad era incomparable. Siempre fuimos a escuelas diferentes, pero eso no nos impedía vernos por las tardes, o cuando menos tener largas charlas. También tuve amigos, pero con ellos solo podía divertirme y pasar el tiempo en los descansos de la escuela. Era bastante sencilla e inteligente. Jamás fue vanidosa, a pesar de que le sobraran motivos para serlo. Rebecca era bastante bonita. Pero nunca tuve el valor para decírselo, debo admitirlo siempre fui muy callado y reservado. En ocasiones a pesar de ya no fuéramos unos niños, nos gustaba recordar viejos tiempos, todas nuestras travesuras y nuestros juegos, así como promesas que algún día cumpliríamos. Comencé a crecer y mis gustos empezaron a cambiar, deje de interesarme en los juguetes y cosas sin valor. Cada minuto que pasaba me volvía un adulto, no se si ella, ya había pasado por esto, sentido algo así. Había empezado a tener estos cambios desde que cumplí quince, pero pronto tendría dieciocho.  Comencé a sentir algo inexplicable, que nunca antes había sentido algo así con una chica, cuando estaba con ella, no había otra cosa en la que pudiera pasar, me agradaba demasiado su presencia, mucho mas de lo común. La admiraba grandemente, me sentía bastante afortunado por tenerla cerca de mí, ya que por lo general yo soy algo torpe e inseguro, quizá en ocasiones soy serio y la gente se aleja de mí con facilidad. Me sentía así ya que, en ningún momento ella me despreció. Siempre que la veía, en su rostro se reflejaba vida y alegría. Jamás recuerdo haberla visto triste o con lágrimas, siempre ha sido fuerte. El tiempo pasaba y ambos seguíamos siendo los mismos amigos de siempre. Su madre la cuidaba en exceso, era su única razón de vida. Y no la culpo, teniendo a una hija tan maravillosa. Cuando cumplió diecisiete, decidí regalarle algo especial, que pudiera conservar para toda su vida. Pero no sabía que, enserio quería darle algo que en serio significara para ella. Había ahorrado un poco de dinero, cuando ayudaba a mi hermano a lavar carros, no era mucho, pero tampoco quería pedir dinero a mis padres. Mi hermano, era el único que sabía lo que yo sentía por Rebecca, el me aconsejaba que fuera honesto y le dijera la verdad, pero tenía miedo a perder una amistad. Y preferí quedarme callado. Decidí comprarle un pequeño corazón blanco, estaba seguro de que le gustaría. Recuerdo el día cuando se lo di. Llegué a su casa, toqué a la puerta. Su mamá amablemente me recibió y llamó a Rebecca, me invitó a pasar a su cuarto, sorprendida estaba por mantener tanto misterio en mis palabras hasta que le di el corazón blanco; estaba envuelto en una pequeña caja blanca con un moño rosa. Al abrir la caja, se sorprendió y rápidamente se ruborizaron sus mejillas, me abrazó y me agradeció. No había nada que agradecer, le respondí además se lo merecía. Sin palabras Rebecca, solo observaba muy entretenida el pequeño corazón. Me quedé un rato más con ella, hasta que cayó la noche y no tuve más que regresar a mi casa. Me quedé despierto hasta mas tarde solo recordaba lo que había ocurrido. Al siguiente día, no pude verla. En fin, no importaba mucho pensé. Mañana quizá la vea. Sí. Quizá mañana. Y esa noche dormí con esa esperanza. Desperté, me alisté y salí a la calle, todo lo hacía pensando en ella. Pasó mucho tiempo que ya no pasábamos tiempo juntos, era algo raro. Ella por lo general solía llamar o tan siquiera saludarme, desde la ventana. Pasaron días, semanas hasta que pasaron dos meses. Un día iba caminado por la calle, cuando a la distancia me pareció ver a Rebecca, forcé la vista unas tres veces para estar seguro, mis ojos en verdad no podían creer lo que estaban viendo. Quise gritar su nombre unas cuantas veces, pero me detuve a tiempo. Si. Era ella; no estaba sola. La acompañaba un chico alto y bien parecido. La tomó de la mano y caminaron hacia la dirección donde yo me encontraba. Decidí alejarme del lugar e irme a mi casa. Mi madre solo le incomodo que yo me comportara raro, pero no me importó. Entré a mi cuarto y ahí me quede solo pensando que durante todo el tiempo que hemos pasado juntos, empecé a quererla más de lo que debía. No tenía palabras para describir lo que empezaba a sentir por ella. Tenía demasiadas dudas y solo una me quitaba la tranquilidad, creo que era el temor de saber de que ella ya tenía a alguien más, y quizá esa sea la razón de nuestro distanciamiento. Todo me daba vueltas en la cabeza, hasta que en la noche René entro a mi cuarto, y me hizo hablar sobre el  tema. Le expliqué todo lo que había visto, me recomendó tranquilizarme y esperar hasta que ella lo aclarara todo por sí misma. Me pareció lógico. Esa noche traté de dormir. Decidí relajarme y llevar mi vida en paz, hasta que en esa semana, el viernes nos encontramos y decidimos platicar un poco. Casi por lo general cuando platicamos siempre reímos, y esta vez no fue la excepción. Hasta que de repente, ambos nos quedamos callados, yo tenía la mirada baja, en cambio ella la notaba nerviosa. No quise hablar ni mucho menos cuestionarla, me miro a los ojos y me dijo que tenía que decirme algo muy importante, pero para ella era algo bastante difícil de decir ya que yo era su mejor amigo y no sabía como decírmelo. Al momento en el que ella dijo estas palabras, mis sospechas se hicieron ciertas, mis manos comenzaban a mojarse, mi corazón latía a mil por hora y la mayor parte de mi cuerpo temblaba sin detenerse. Tenía miedo de lo que ella pudiera decir después. Y si, lo dijo, había alguien más. No tuve más que mentirle y aparentar que no me importaba, felicitarla y darle seguridad. La abracé mientras se me desbordaba una pequeña lágrima, que con facilidad pude borrar de mi mejilla. Pero había más, ya no quería escucharla, pero no tuve opción. Dijo que se iría con él a una casa de verano que quedaba a tres o cuatro horas de Boston, solo estaría fuera por un fin de semana, se irían el siguiente viernes por la noche. No sabía cuál era el nombre de aquel chico, pero no me importaba. Quizá me aferré a ella y empecé a crear una historia poco creíble. Tal vez solo la amistad estaba bien, ¿para que querer algo más? Aunque dijera esto, no significaba que ya no sintiera nada. Empecé a convencerme de que debía seguir adelante y hacer mi vida. El viernes se acercaba. Me asome por la ventana esa noche, no era muy tarde. Solo vi a Rebecca salir de su casa con una bolsa. Salió de la puerta de atrás de su casa. Era algo extraño cuando alguien salía por ahí. Creo yo, todo estaba bien, no había de que preocuparse. Regresaría. El sábado pasó, trate de pasar la mayor parte del día con mi hermano, así mantendría mis pensamientos alejados de ella. El domingo por la noche ella regresaría. Solo tenía la esperanza de volverla a ver. Aunque ya tenía claro que era lo que había entre nosotros, no podía controlar la felicidad, que inundaba mi rostro con tan solo de pensar en ella. Esa noche, decidí quedarme en mi cuarto, viendo por la ventana, esperando, a que llegara y asegurarme de que estaba bien. No podía pensar en nada mas, las horas pasaban y no llegaba. Era ya de madrugada y ni siquiera ni una llamada o algo. Esto comenzaba a alarmarme. Trate de tranquilizarme, tome el teléfono y estuve a punto de llamarla, pero me detuve y preferí seguir esperando. Tenía sueño y comenzaba a bostezar. En el reloj marcaban las cuatro de la madrugada. No recuerdo como fue que me quede dormido. Al siguiente día desperté preocupado y pensando en ella. Minutos después sonó el teléfono, mi madre contestó me paré de la cama de un brinco y me quedé observando desde la puerta. Noté que al colgar mi madre se quedó muda. No sabía si hablar o callar. Salí de mi cuarto, estaba completamente nerviosa y no paraba de temblar. Entre tartamudeos, logró decirme que la mamá de Rebecca había llamado solo para decir que la noche de ayer su hija, no había llegado a su casa, y  que acababa de recibir una llamada del hospital; ella estaba muy grave, pues el auto en el que iban Rebecca y aquel chico la noche del domingo había chocado. El pequeño carro en el que iban ambos chicos, se estrello contra un gran tráiler, que con facilidad triplicaba el tamaño del pequeño auto. El carro quedó inservible y el estado de ambos era crítico. La señora estaba en su derecho de estar preocupada y sentir que se le acaba el mundo. Siendo su única hija, comprendo el deseo de no querer perder lo que más ha amado y apreciado. Mi madre aún así, quedó completamente aterrada. En cambio yo, quería morirme. No quería perderla, el miedo me mataba. Daría todo por que ella este bien, y pueda seguir viviendo, ella tiene una gran futuro por delante, no puede irse ahora que esta empezando a vivir. Quiero verla, feliz disfrutando de todo, ella es mi vida. Y la amo. No puedo negarlo, sinceramente daría mi vida entera con tal de que ella viva. Solo tengo la esperanza de que Dios la salve. La preocupación me era infinita, no comía, ni dormía. Ahora más que nunca ella vivía en mis pensamientos. René al enterarse, solo me abrazó y al no saber que decir, prefirió darme su apoyo y compartir el silencio al que yo me obligaba tener. Trate de irla a ver al hospital. Solo pude estar con ella unos cuantos minutos. La vi, tan pálida y delgada, aunque dormida estaba, se veía preciosa, tomé su mano. Solo la apreté por un momento, asegurándome de no despertarla. Observe su pálido rostro, acaricie su mejilla y sonreí. Comencé a llorar, yo no quería pero no pude evitarlo. Sentado a lado de ella recordaba nuestra infancia, como quisiera que esos momentos regresaran… Comencé a hablarle, a pesar de que ella no me escuchaba, le narraba en voz baja, casi en susurro, toda nuestra niñez, nuestros juegos y planes. También le aseguraba que ella estaría bien y que estaba dispuesto a darle hasta la más mínima parte de mi cuerpo con tal de que ella siguiera aquí. Su mano se movió rápidamente aunque, seguía dormida. Besé su frente y me fui. Estaba un tanto contento por haber estado con ella. Al menos la había visto. Desde aquel día, se hizo un hábito ir todos los días al hospital. Apenas llevaba una semana con éste hábito. Hasta que un día me dijeron que su cuerpo no aguantaría más, y que en cualquier momento ella moriría. Y no había nada que se pudiera hacer para que ella viviera. Absolutamente nada. Recuerdo que fui a verla al hospital el viernes por la tarde, entré a su cuarto. Estaba ahí acostada. Sus ojos seguían cerrados. La última vez que los vi, fue cuando me dijo que se iría. Al verla no podía ser fuerte, las lágrimas y los recuerdos se me venían encima. Me senté a lado de ella. Me quedé callado, lo único que se podía escuchar eran mis gemidos. Ella nunca despertó, en ese momento sentí como su mano caía. Y uno de los aparatos que estaban a lado de ella, dejaban de funcionar. Pedí ayuda desesperadamente, no sabía que hacer, gritaba, sólo llego un médico y me aseguró lo que ya había pasado. La perdí. Ella murió. Fui tan cobarde que no tuve la oportunidad de decirle lo que sentía, tuve miles de oportunidades y todas las desaproveche. Ella nunca supo que la amaba. Quizá todo hubiera sido diferente si yo se lo hubiera dicho a tiempo, cuando ella aun podía escucharme y entender lo que sentía, tal vez las cosas hubieran cambiado para bien o para mal. Ella se fue para siempre. No quiero ni imaginar a su madre, cuando sepa que ella jamás volverá. Se que estará desecha, perderá la voluntad de seguir adelante y querrá morir para estar junto con Rebecca. Salí. A medida como iba por la calle, la gente solo me observaba, pero ya nada importaba. Llegué a casa. Mi madre no se atrevió a preguntarme, por mi tristeza, notó lo que había ocurrido. En mi cuarto azoté la puerta, no quería ver a nadie. Quería gritar. ¿Pero como tratar de tranquilizarme, si en frente de mi tenía el recuerdo de mi infancia? Me sentía solo. Pasaron unas semanas, y tuve que seguir con mi vida, no supe nada del otro chico. Pero después de ese tiempo, fui a visitarla un viernes en el cementerio. Le lleve unas flores. Rosas, le gustaban mucho. Las dejé justamente encima. Me arrodillé y guardé un poco de tierra en mi puño, lo apreté con todas mis fuerzas y luego lo solté. Observaba su tumba, una piedra que decía Rebecca Clark Lee (1972-1989). La extrañaba demasiado. Solo comencé a decirle que la amaba, y que nunca fui capaz de decírselo. Jamás las olvidaría, le daba las gracias por haber estado conmigo y haber hecho inolvidables aquellos momentos. Aunque ya era inútil, ella ya no me escuchaba. Estaba solo sin ella. Mientras lloraba y decía esto, sentí como el viento besaba mi rostro. Y un aroma tan característico de ella, se impregnaba en mi ropa. Te amaré hasta en el último segundo que me quede de vida. Aunque no soporté la presión, preferí tomar un cuchillo y cortar mis venas. Con la sangre, escribí Rebecca en mi pared. Y así, poco a poco me iba desangrando. Preferí morir lentamente, para estar contigo. Ya nada me importaba, más que estar a tu lado.   

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